jueves, 6 de enero de 2011

Amarillo, busmarino es

Malos humos en el bus de vuelta a casa. Por los móviles que tintinean al compás se entera la gente de cómo está la cosa. La niña de junto no para de hablar con nadie, cuenta la fiesta de fin de año, sus planes de estudio, su última sesión de depilación. En cada parada, una ilusión. Entra el aire. Aire libre. Viaje de condena ajena, ahora un tipo con cazadora de cuero y camiseta alegórica resopla en el asiento de atrás, farfulla algo raro, transpira ganas de comunicar algo, a ver qué dice. Escucha bajito. Voy pallá, cariño, ¿me vienes a buscar? Aro, aro, voy destrozao, no puedo ni pintarme los pies. Y repite la frase dos veces, no puedo ni pintarme los pies. Oye, ayer te dejé el cuartobaño limpio. Sí, que te dejé el cuartobaño más o menos limpio.
A gritos, rompe el silencio la curva de plastilina que enfila la vida cargada de presentes y ausentes envueltos en celofán de colores, amarillo chillón, colorado volador, verde olvido, marrón glasé, blanco impoluto, y la gente pasando. Las cero horas en el andén del viento, un roscón de Reyes a quien acierte el ganador del concurso de monólogos en móvil a bordo del autocar submarino, un trozo de cabrón amargo para el rey intruso vanidoso, otro para su amigo imposible, otro para el protegido de los sueños de cartón, y una conversación en serio para la niña muda.
Regalito terapéutico pa la gente enferma, regalito envenenao pa los indeseables de turno. Mucho cariño por doquier, animales de compañía, familiares por control remoto, vajillas rotas y suelo firme donde volar.
A la llegada, besos.

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